10’55 h. Atraviesa, puntual, la puerta de la biblioteca. Ropa informal, gafas de cerca. Paso seguro. Echa un rápido vistazo al horizonte de libros para descubrir, con satisfacción, que su sitio está libre. La esquina de una de las largas mesas de estudio que da justo al lado de la estantería de Generalidades. No lleva nada consigo; nada que colocar sobre la mesa limitando, así, su espacio; nada que marque el fin y el principio del territorio que le pertenece entre aquellas dos decenas de individualidades que el destino ha hecho coincidir en el mismo espacio-tiempo.
11.15 h. Cierra con suavidad el libro que regresa en silencio a su lugar al igual que la silla verde (lrriii, lrriii).
Mientras le observo desandar el camino hacia la puerta de la biblioteca un día más, imagino que su tiempo no es más que un reflejo del mío: las últimas páginas del tomo 8 de la Historia Universal ilustrada.
3 coordenadas:
Me encantan estas personitas anónimas de hábitos ordenados y costumbres apacibles.
¡Y qué bien lo cuentas! Impecable desde la primera a la última palabra.
Y me encantas tú.
extraordinaria tú, que entiendes y amas el lenguaje de las pequeñas cosas y los destellos de vida de los detalles.
te quiero, poeta.
Los detalles son los que nos definen y diferencian.
Echo de menos el olor de las bibliotecas... qué tiempos aquellos!
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