23.2.09

Pequeños objetivos

Soy el rompecabezas más voluble que reconozco y no es extraño observarme deambular por entre mis descoyuntados ires y venires mentales en busca y captura de un orden que, de seguro, no existe. Soy un laberinto de espejos deformantes, algunos permeables... Cuando lluevo, mis espejos de trapo absorben cada gota que sólo regresa al mundo exterior a fuerza de gravedad y por el hecho, indiscutible, de que no es infinito el líquido que un cuerpo puede almacenar dentro de sí, y acaba goteando y formando un charquito en el suelo y calándome los pies (nunca llevo zapatos adecuados para estas circunstancias).

No hace mucho, a través de uno de esos charcos, arribó un barco; para ser fieles a la realidad y no inducir a errores de consecuencias inimaginables, debiéramos matizar este término: mi barco era una estructura desmadejada que hormigueaba a la deriva sobre las aguas gracias a no sé qué compasión de las divinidades. Estancada, tal y como me encontraba, por el helor íntimo que se abría camino bajo mis pies, me entregué embelesada a la que suponía derrota de tamaña embarcación a manos de las procelosas aguas.

Sin embargo, aquella cáscara de nuez ennegrecida y borrosa, sin atisbo de tribulación, venció cada una de las ondas salvajes abiertas a su paso (por la naturaleza misma del charco o por la mía propia), acusó sus impactos avasalladores impertérrita, contoneándose frescamente entre mis paralizadas extremidades inferiores con el ronroneo de un felino satisfecho para, finalmente, tocar puerto (sería lícito de nuevo aclarar este último concepto: al llegar al extremo opuesto de aquella laguna emocional, el bajel simple y llanamente se evaporó, seguramente de la mano de alguna de las gotas de agua que el sol reclamó para sí a lo largo de aquel episodio).

Comprensible, por tanto, mi estupor, del que sólo logré salir tras horas intensas de deliberación, es decir, de actuaciones intrínsecas y extrínsecas dirigidas a procurarme la libertad justa y necesaria que me permitiera la contemplación del asunto desde un punto en que la razón y la emoción comprendieran al alimón lo que había acontecido delante de sus ojos y los míos. Y así fue como, de perdida, alcancé el conocimiento: mi momentáneamente vecino el navío, careciendo de catalejo, brújula, lupa, ampliadora automática o materiales hermanos que le otorgasen una visión más absoluta de la dificultad ante la que había ido a dar con sus pobres huesos, no pudo más que limitarse a ir venciendo pequeños objetivos, cercanos contratiempos, uno cada vez, por estricto orden de prelación o llegada. Esta fracción del absoluto, esta visión parcial y, de alguna forma, ordenada, aligeró, con mucho, su carga; tanto así que le permitió físicamente llegar a su destino y emocionalmente evaporarse cual gota común.

Eso es, hubiera pensado, probablemente, hace algunos siglos; pero como hoy no ha lugar, opté por comprar, por supuesto en internet, un completo juego de bisturís de bolsillo con los que, a partir de ya, asomarme a la realidad más compleja sin acumulación desmesurada de pretensiones.

Quién sabe, en una de estas igual me evaporo...

2 coordenadas:

LauRaiz dijo...

plas plas plas

Que intenso, hacia tiempo q no escribias (por lo menos por aquí) de esta forma...

A veces no se diferencia lo complicado de lo simple, a veces hay q complicarse para ver q todo es sencillo, lo q está claro q un buen "cuchillo" siempre ayuda, es util para llegar al fondo, para sentir más...

Anónimo dijo...

después de mucho pensarlo creo que voy a ser incapaz de dejar un comentario que esté mínimamente a la altura de este post...

sin duda es lo mejor que has escrito, sé que esto te lo he dicho ya muchas veces antes, también sé que no será la última que te lo diga...

un abrazo