8.12.10

8 de diciembre del 2010




No queda otra que aceptar que uno no tiene la última decisión; aún poniendo el máximo empeño en ir a 2 revoluciones, el mundo te marca 200 y no hay nada que hacer salvo seguirlas con la lengua fuera y amoldarte, no sin sobresaltos, a estar en medio cuando la intención siempre fue protegerse bajo el cobijo que ofrecen las sombras. El mundo gira y, sin preguntar, te coloca donde no imaginabas; sólo queda cerrar los ojos más de lo esperado, no para no ver, si no para que no te vean o, más aún, para no ver que te ven.

Tras un año (más cuatro) yo no merecía un aviso ni una llamada, no merecía ni la decisión ni la intención, nada. Aún así, quise estar donde sentía que debía para, de alguna forma, dotar, a mi manera, de coherencia al paso natural de las cosas. Pero está claro: pocas cosas hay más volubles que el pasar de sí mismas, el pasear del tiempo no siempre tiene lógica y, a veces, te abandona a tu suerte en un lugar que tú mismo has creado pero no has sabido controlar.

Finalmente, salir corriendo como quien busca la puerta trasera de un sueño al que es consciente que no ha sido invitada. Más fotofobia de la habitual porque al despertar seré consciente de que aún no soy capaz de distinguir la luz del sol de la que se escapa, moribunda, del flexo de mi mesilla de noche.

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